Pocos territorios abarcan tanta diversidad de paisajes como les Terres de l’Ebre. Con una extensión de 3.309 kilómetros cuadrados, es como tener una pequeña muestra de cada uno de los paisajes de Cataluña. Pequeñas calas de agua cristalina, largas playas de kilómetros y más kilómetros, un río sinuoso que lo riega, atraviesa y alimenta, la alta montaña a menos de una hora del mar, una de las zonas húmedas más importantes del Mediterráneo, ciudades históricas y monumentales, grandes llanuras de cultivos, y una diversidad faunística y de flora tanto o mayor que los propios paisajes.
Tierra y mar de vino y arroz, pescado y marisco, aceite y miel. Les Terres de l’Ebre se visitan, pero también se huelen, se degustan y se capturan con la mirada.
En 2013, les Terres de l’Ebre, terminología popularizada por el escritor rapitense Sebastià Juan Arbó, fueron declaradas por la UNESCO, Reserva de la Biosfera. Bajo su cielo, existen dos parques naturales. El del Delta del Ebro es el más antiguo, datado de 1983 abarca 320 km/2 de extensión. El otro, el de Els Ports es más reciente, ya que fue catalogado como tal, en el año 2001.
Las posibilidades que alberga el territorio son infinitas y ofrecen al visitante un amplio abanico de propuestas de todo tipo, en cualquier época del año.
Un recorrido por la costa, ofrece la posibilidad de descubrir pequeñas calas encantadoras de agua cristalina en L’Ametlla de Mar y un puerto pesquero cargado de tipismo y tradición marinera donde la gastronomía, al igual que en la población vecina de L’Ampolla, es uno de sus fuertes.
El Delta del Ebro, la zona húmeda más importante de Cataluña, congrega a más de 300 especies de aves, convirtiéndose en uno de los lugares más valorados para la observación de pájaros y con especies tan emblemáticas como el pato o el flamenco. Paisajes idílicos entre carrizales y juncales, para realizar rutas en bicicleta. La Isla de Buda o la Barra del Trabucador, la Punta del Fangar o la desembocadura del río Ebro, convierten al delta en un lugar privilegiado.
Poblenou del Delta y la balsa de la Encanyissada, el Ecomuseo en Deltebre o en el extremo sur, la Ràpita y la bahía de los Alfacs, son lugares que no se puede perder el visitante, como tampoco la oportunidad de probar el marisco que se produce en las bahías de los Alfacs y del Fangar.
Deltebre y Sant Jaume son el corazón del Delta y donde el visitante puede escoger entre varias propuestas de ocio. Una excursión en barco hasta la desembocadura del río Ebro y degustar un buen arroz con pato, las ancas de rana o la anguila, son placeres a los que no debería renunciarse.
Siguiendo río arriba, nos encontraremos Amposta, ciudad privilegiada por los deportes náuticos y capital de la música y la alcachofa, producto de su tierra, y aún más arriba, Tortosa, ciudad monumental de historia bimilenaria con visita obligada a la catedral, los Reales Colegios con su claustro renacentista o el Castell de la Suda.
Aunque la navegación por el río Ebro se cerró a primeros de noviembre, un viaje en laúd río arriba, nos ayudará a conocer mejor el territorio. A contracorriente del río, su trazado nos llevará hasta Benifallet, donde podemos visitar las cuevas Meravella y que junto a Rasquera, el pueblo de los pastelitos de cabello de ángel, comparte la espectacular sierra de Cardó y su antiguo balneario en desuso .
Ya dentro de la comarca de la Ribera de Ebro y en dirección a Ginestar, el río Ebro nos brinda una nueva experiencia, invitándonos a cruzarlo con el paso de barca hasta Miravet, población vigilada por su castillo templario del siglo XII y donde la alfarería es una de sus actividades tradicionales y más diferencial. El viajero puede seguir el camino hasta las bonitas villas de Mora d’Ebre y Mora la Nova, o desviarse hasta Tivissa donde visitar el poblado ibérico.
Si subiendo por el río, lo que decidimos es adentrarnos en el parque natural de Els Ports, las posibilidades son infinitas. Desde Tortosa, podemos visitar el punto más alto del territorio, la cima del Monte Caro de 1.447 metros que corona las Terres de l’Ebre o el recuerdo imborrable de la Caramella. Dejémonos sorprender por las más de 1.300 especies de su flora o el avistamiento del águila o la cabra salvaje. Por no hablar de las Fuentes del Toscano en Alfara de Carlos y la proximidad de cuevas espectaculares que rascan su orografía.
En la Terra Alta, Pinell de Brai con la Catedral del Vino y Gandesa, comparten protagonismo al disponer de dos bodegas históricas y junto a Batea y los pueblos del entorno se han convertido en una de las zonas vitivinícolas más importantes del país, bajo el soplujo de la DO Terra Alta. En Gandesa, no pasar de largo de la Fontcalda, capricho surrealista del río Canaleta.
Gandesa, junto a Vilalba dels Arcs, Corbera d’Ebre o la Fatarella entre otros, comparten el amargo recuerdo de haber sido el escenario de la batalla del Ebro durante la Guerra Civil Española, muy bien explicada en cada uno de ellos de los centros de interpretación y memoria histórica.
Prat de Compte con la recuperación histórica del aguardiente, Horta de Sant Joan con la estampa de la Roca de Benet a la orilla y el Museo que deja constancia del paso de Pablo Picasso por la villa, son otras opciones a plantear-nos. Y ya que estamos ahí, acercarnos a Arnes con su conjunto histórico y donde se puede emprender un camino de regreso a Horta a través de los estrechos del río Algars, por los amantes del senderismo y el barranquismo.
Por último, bajando hasta la llanura del Montsià, podemos perdernos por grandes extensiones de clementinas, visitar el abrigo rupestre de Ulldecona, el conjunto de estilo levantino más importante de Cataluña, patrimonio de la humanidad de la UNESCO desde 1998 .
Que más puede ofrecer a sus visitantes, un territorio con tantas tonalidades de color, tantas variedades de olores y tantos matices gustativos, como para quedarse con ganas de volver.
Y es que las Terres de l’Ebre deben mirarse, probarse y olerse .